Juega el
viento en el pecho siendo caricia o puñal. Sabe de intenciones e intensidades. Y
entonces el regocijo en el mimo que remite a embrujos de los sentires, que
instala paz en medio del alma, que proyecta, que no engaña, que sabe que por
cada paso del contacto que va construyendo un camino. Y entre esa caricia y la próxima
como en un espacio más cierto que incierto son el deseo y el sentimiento los
que crecen y, del próximo encuentro, aguardan. Mas es difícil y mortal cuando
el viento en tormenta transformado hace estragos como filosas dagas. Destruye con
crueldad cada sueño y deja tras su paso la más feroz de las sequias.
Ahí es donde
entonces todo entra en una reconstrucción sin remembranzas, de necesidad de
vientos y tiempos nuevos. El pecho aguarda, se reconstruye, siembra en cada
herida una esperanza y entonces es ahí entonces donde lo divino hace su magia
Y sin
esperarlo, tal cual como dicen que se debe hacer, llega una brisa, una que
vuelve a jugar con el pecho y el alma. Es solo cuestión de tiempo y de
esperanza.